El conjunto de reformas constitucionales llevadas a cabo en la década
de 1870 posibilitaron que el poder del Congreso aumentara
considerablemente, en desmedro de las atribuciones del Presidente de la
República. Esta situación generó que en la práctica cotidiana el actor
más relevante de la política chilena fuera el Parlamento; sin embargo,
este cambio de escenario no se realizó en el texto constitucional, sino
que lisa y llanamente comenzó a imponerse en los hechos debido a la
existencia de las llamadas “leyes periódicas”.
El presidente José Manuel Balmaceda, al asumir su cargo en el año
1886, promovió un amplio programa de gobierno en el que sobresalían un
paquete de grandes obras de infraestructura pública, una sustancial
mejora al sistema educativo, y en el ámbito político la unión bajo un
solo referente del liberalismo. No obstante, las intenciones del
presidente Balmaceda chocaron de frente con la actitud del Parlamento,
ya que su marcado estilo presidencialista entraba en conflicto con el
nuevo estilo de hacer política que había adoptado en Chile luego de las
reformas a la Constitución de 1833.
Los principales focos de enfrentamiento entre el poder Ejecutivo y el
Legislativo se encendieron porque este último criticaba ácidamente las
ingentes sumas de dinero que el gobierno de Balmaceda requería para su
programa de obras públicas; aunque, sin embargo, los mayores roces se
produjeron por las intenciones de Balmaceda respecto a la
nacionalización de las oficinas salitreras, opción contra la que los
miembros del Congreso se manifestaron abiertamente.
Las tensas relaciones entre el Parlamento y el gobierno llegaron a su
máximo nivel de animosidad a medida que los parlamentarios rechazaban a
los sucesivos gabinetes que el Ejecutivo presentaba al Congreso para su
aprobación; de esta forma, la administración Balmaceda entró en una
dinámica conocida como “rotativa ministerial”, y de hecho, llegó a tener
14 gabinetes de distinta conformación.
La principal estrategia utilizada por el Parlamento para ejercer
presión sobre las decisiones del Ejecutivo era el rechazo de las
denominadas “leyes periódicas”, como la ley de presupuesto, la ley de
contribuciones y la ley de las Fuerzas Armadas. El mecanismo usado por
el Congreso era bastante simple y se limitaba a la no aprobación de
leyes que tenían duración periódica (12 o 18 meses), ya que según lo
señalado en la Constitución, los proyectos de ley rechazados no podía
volver a tramitarse hasta un año después de ser presentados
originalmente. Por ello, si bien la facultad de designar a los ministros
era competencia exclusiva del presidente, cuando el Parlamento no
aprobaba a los ministros elegidos por Balmaceda procedía al bloqueo de
las iniciativas de ley de carácter periódico. Enfrentado a este
panorama, el presidente la mayoría de las ocasiones, optaba por retirar a
los ministros cuestionados y proponía a un candidato afín a la mayoría
parlamentaria.
En este contexto, las intenciones de Balmaceda de transformar la
política chilena hacia una república de carácter presidencialista
chocaron bruscamente con la posición que había adquirido progresivamente
el Parlamento en la escena política nacional. Lo paradójico de este
hecho, es que durante su juventud el presidente Balmaceda fue un
ferviente partidario de reducir las atribuciones del poder Ejecutivo y
de fortalecer las del Congreso.
Los problemas entre la administración Balmaceda y el Parlamento se
derivaron de las frecuentes visitas que debían realizar los ministros
del Interior a dar explicaciones por las medidas adoptadas en variados
aspectos políticos. De esta forma se generalizó un clima de desconfianza
entre los partidos y el Ejecutivo, llegando este último a sugerir la
necesidad de eliminar estas prácticas políticas.
Numerosos fueron los desencuentros que surgieron entre ambos poderes
del Estado, y por ello Balmaceda debió ceder frente a los parlamentarios
al modificar sus gabinetes. Sin embargo, a fines de 1890 la situación
llegó a un punto de no retorno cuando el presidente se negó a atender la
presión del Parlamento, en instancias en que la ley de presupuesto para
el año siguiente se hallaba en plena discusión. Ante la negativa del
Congreso para ratificar la ley señalada, a comienzos del año 1891
Balmaceda optó por medio de un decreto prorrogar la vigencia de la ley
de presupuesto del año anterior. La consecuencia más relevante de este
hecho de carácter inconstitucional fue el definitivo quiebre entre el
Ejecutivo y el Legislativo.
La respuesta del Congreso no se hizo esperar, e inmediatamente
procedió a la destitución de Balmaceda y tras ello se desató una guerra
civil protagonizada por los adherentes de cada sector. Con el apoyo de
la Armada y de una parte del Ejército, el Congreso instauró una junta de
gobierno y se trasladó hacia la ciudad de Iquique, lugar en el cual se
organizaron las tropas de los parlamentarios. Luego de los triunfos en
las batallas de Concón y Placilla, las fuerzas del Parlamento retomaron
el control del país y pusieron fin al enfrentamiento fraticida. El
presidente Balmaceda, tras la trágica derrota, se retiró a la embajada
de Argentina y el día 18 de septiembre de 1891 se suicidó.
Una vez resuelto el conflicto entre el Ejecutivo y el Parlamento, la
política chilena permanecería invariable por un largo tiempo. A decir
verdad, el parlamentarismo chileno no era tal en la práctica, porque
este sistema político requiere la existencia de dos conglomerados
políticos que se alternen en los cargos de gobierno; además, una
constitución parlamentaria debe incluir entre las atribuciones del
primer ministro o presidente del Congreso la posibilidad de disolver el
Parlamento y convocar a nuevas elecciones, así como también la potestad
de clausurar el debate legislativo para despachar los proyectos de ley
respectivos.
No obstante lo anterior, en Chile durante el periodo que va desde
1891 a 1925 el actor político más relevante fue el Parlamento, lo que
quedó claramente establecido en un conjunto de disposiciones tendientes a
atenuar el poder del presidente. Podemos citar como ejemplo la potestad
que poseía el presidente de nombrar a los ministros, la que se hallaba
coartada por el hecho de que esta elección estaba sometida al escrutinio
del Congreso; en el caso de que los ministros no contaran con la venia
parlamentaria no podían asumir sus carteras. Por lo demás, los ministros
en ejercicio debían responder constantemente a las interpelaciones de
los parlamentarios, situaciones en la cuales necesitaban la asignación
de un voto de confianza del Congreso, o de lo contrario tenían que
renunciar a sus cargos.
De esta forma la figura del Presidente de la República quedó reducida
a un mero arbitro entre las diferencias que presentaban los sectores
políticos con representación parlamentaria. Para la época de la
República Salitrera, los principales conglomerados políticos eran la
Alianza Liberal, que reunía bajo su impronta a los diversos sectores que
componían el liberalismo, y la Coalición conservadora, eje en el cual
predominaban los sectores cercanos al clero y a las antiguas familias
terratenientes.
En este contexto político, el rol de los gobiernos de turno se limitó
a recaudar los enormes ingresos provenientes de los impuestos aplicados
a la industria del salitre; esta situación daba cuenta de una marcada
inactividad política que llevó al país a una crisis social que
estallaría en el gobierno de Arturo Alessandri.
Sin embargo, a pesar de las escasas iniciativas desplegadas por los
gobiernos de la República Salitrera, en este periodo de promulgaron
significativas leyes como la dictación de la Ley de Comuna Autónoma, en
el año 1891 la que decretaba la independencia de la administración
municipal del poder Ejecutivo. En este periodo, además, se promulgaron
el Código de Procedimiento Penal y el de Procedimiento Civil.
Clic aquí para ver video sobre Caracteristicas del Parlamentarismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario