La promulgación de una nueva Constitución, el 18 de septiembre de 1925,
conocida como la Constitución de 1925, puso término al parlamentarismo,
estableciendo el sistema presidencial de gobierno, que se caracteriza
por la actuación de un poder Ejecutivo fuerte.
En la práctica, sin embargo, el presidencialismo (sistema de gobierno
en el que el Presidente de la República es también el jefe del
gobierno.) no se impuso de inmediato, pues en los ocho años que
siguieron a la promulgación de esta nueva carta política, su
implementación se vio interrumpida por varios intentos sucesivos de dar
forma a un régimen presidencial.
El 1 de octubre de 1925, Arturo Alessandri Palma renunció a la
presidencia. Mientras se buscaba un candidato que se presentara a las
elecciones, asumió el mando como vicepresidente Luis Barros Borgoño, que
se desempeñaba como ministro del Interior.
Los principales partidos políticos se pusieron de acuerdo en llevar a
Emiliano Figueroa, quien se impuso por amplia mayoría en la primera
votación directa de nuestra historia (24 de octubre de 1925).
A fines de 1925, Figueroa inició sus funciones, pero desde el
principio su liderazgo fue incapaz de introducir los cambios que se
esperaban. Poco a poco, el presidente fue apartándose de la dirección
efectiva de los asuntos públicos. Sin embargo, su ministro de Guerra, el
coronel Carlos Ibáñez del Campo, trató de llevar a cabo algunas
reformas propuestas en 1924; pero lo hizo imponiendo mano dura. Muchos
dirigentes políticos fueron encarcelados y otros partieron al exilio. A
tanto llegó la audacia de Ibáñez, que ordenó remover a varios jueces,
asunto que, de acuerdo con la Constitución, era privativo del Poder
Judicial.
Ante tal situación, el 4 de mayo de 1927 Figueroa presentó su
renuncia, lo que provocó que Ibáñez asumiera como vicepresidente y
convocara a elecciones. En ellas se presentó como candidato único,
obteniendo el 98 por ciento de los votos.
El gobierno de Ibáñez
Después de cuatro años de trastornos políticos y sociales, las
principales preocupaciones de Ibáñez eran avocarse al restablecimiento
del orden, la reestructuración de la administración pública y llevar a
cabo una amplia reforma económica. Para ello, tomó duras medidas
restrictivas y en contra de la corrupción, depurando la magistratura, el
ejército y la armada.
Si bien Ibáñez controlaba el Congreso, este se convirtió en una
referencia marginal sin incidencia en la política nacional, ya que
gobernó utilizando varias veces el mecanismo de la dictación de
decretos-leyes, más propios de los gobiernos de facto. Por el
crecimiento que empezó a experimentar el aparato burocrático del Estado,
Ibáñez se vio obligado a dictar en 1930 el Estatuto Administrativo, un
conjunto de normas que rigen el actuar de los funcionarios públicos.
Nuevas instituciones fueron creadas bajo este mandato, entre ellas,
Carabineros de Chile (1927), producto de la fusión de varios cuerpos
policiales. En 1930, se dio vida a la Fuerza Aérea de Chile, una rama
militar especializada en aeronáutica.
Bajo este gobierno la educación experimentó importantes reformas,
haciéndose obligatoria para los niños y jóvenes entre siete y 15 años.
Otro hecho destacado fue la dictación de la ley de autonomía
universitaria, que garantizaba la independencia académica y
administrativa de la Universidad de Chile.
Este mandato se caracterizó, principalmente, por la aplicación de un
vasto programa de obras públicas que comprendió la construcción de
escuelas, carreteras, puertos y edificios públicos. Dichos planes
expansivos se financiaron con empréstitos obtenidos en el extranjero,
especialmente en Estados Unidos.
En el plano internacional, su mayor acierto fue la conclusión del
conflicto que enfrentaba, diplomáticamente, a nuestro país con el Perú
desde 1893, por el dominio de Tacna y Arica, llegándose al acuerdo de
dividir la zona. La primera ciudad quedó en territorio peruano y la
segunda, en el chileno. Se estableció, además, el correspondiente límite
(1929).
En 1929, la gran depresión mundial repercutió también en Chile, ya
que se debían cancelar las cuotas correspondientes a los créditos
internacionales adquiridos y, además, porque disminuyó notablemente la
venta de salitre, debido a la competencia que le hacía el salitre
sintético.
Para paliar los efectos de esta grave crisis, el gobierno de Ibáñez
adoptó una serie de medidas, pero estas resultaron inútiles. De tal
manera que, para 1931, la situación se tornó delicada: hubo una fuerte
disminución del poder adquisitivo, una gran cesantía y la necesidad de
suspender el pago de la deuda externa por falta de capital. La amenaza
de la bancarrota se presentaba como una posibilidad real.
En julio de ese año, el descontento era creciente y un grupo de
estudiantes realizó una agresiva protesta contra el gobierno. Este fue
el comienzo de una agitación pública difícil de controlar. Sobrevino la
confusión y el paro parcial de la industria y el comercio.
Ante la disyuntiva de renunciar o reprimir, Ibáñez optó por lo
primero, y el 26 de julio de 1931 presentó su renuncia, cediendo el
poder al presidente del Senado, Pedro Opazo Letelier, quien designó como
vicepresidente al radical Juan Esteban Montero.
Clic aqui para ver el video youtube: Postales Bicentenario: La caida de Ibañez
La anarquía
Tras la caída de Ibáñez sobrevino un período complejo y lleno de
incidencias político-sociales, tanto que se acepta que durante esos años
(1931-1932) se vivió en nuestro país una anarquía política.
Montero pronto aceptó la candidatura que le ofrecieron los partidos
políticos, por lo que tuvo que renunciar a la vicepresidencia, y dejar
en el puesto a Manuel Trucco. El gobierno de Trucco debía limitarse
únicamente a mantener la administración del país y convocar a elecciones
presidenciales. Sin embargo, debió enfrentar difíciles momentos,
producidos por la sublevación de parte de la tripulación de algunos
buques de la Armada, que protestaban por la rebaja de sus salarios (1-5
de septiembre de 1931). Si bien el movimiento fue controlado, esto fue
una señal que vaticinaba lo que más adelante se produciría.
Finalmente, las elecciones se realizaron el 4 de octubre de 1931, y
resultó ganador, Montero, quien asumió la presidencia en medio de una
caótica crisis económica y financiera. Por ello era imperativo enfrentar
esta situación, reducir gastos, disminuir sueldos, suprimir empleos
públicos y conseguir nuevos créditos en el exterior.
No obstante, el desplome no cesó, ya que la moneda se desvalorizó y
aumentó el costo de la vida, a la par que se reducían las reservas del
Banco Central. Por ello, las críticas a este gobierno no cesaron y se
manifestó en diversos sectores civiles y militares. Uno de estos grupos
lo encabezaba el diplomático Carlos Dávila Espinoza. Otro sector, de
carácter socialista, era dirigido por el comodoro del aire Marmaduque
Grove, y un tercer grupo, la NAP (Nueva Asociación Pública), lo conducía
el abogado Eugenio Matte Hurtado.
El 4 de junio de 1932 se produjo un levantamiento militar liderado
por la Fuerza Aérea, que provocó la renuncia del presidente y la
proclamación de una república socialista. Grove desempeñó un papel clave
en esta sublevación y en su orientación política, pero el poder quedó a
cargo de una junta de gobierno integrada por Arturo Puga, Carlos Dávila
y Eugenio Matte. Uno de sus primeros actos fue decretar la disolución
del “Congreso Termal” (ver recuadro) y disponer una serie de medidas de
carácter social. Este nuevo gobierno captó la simpatía popular; no
obstante, dentro de él no había unidad. Pronto Dávila renunció a la
junta y fue reemplazado por Rolando Merino Reyes.
A los días después, Dávila conformó una nueva junta encabezada por él
mismo y conformada, además, por el demócrata Nolasco Cárdenas Díaz y el
radical moderado Alberto Cabero. Se restableció el orden público, pero
se instauró un régimen que no tenía más apoyo que la fuerza.
Al poco tiempo, Dávila disolvió la junta y asumió el poder con el
título de “Presidente provisional”. Convocó a elecciones para un nuevo
Congreso y adoptó medidas para resolver la crisis económica. Sin
embargo, la oposición hacia su gestión aumentaba y, finalmente, Dávila
renunció y entregó el poder al general Bartolomé Blanche.
Blanche debió enfrentar una fuerte presión cívico-militar que clamaba
por la vuelta a la normalidad institucional. Por ello, renunció el 2 de
octubre y entregó el poder al presidente de la Corte Suprema de
Justicia, Abraham Oyanedel, quien llamó a elecciones presidenciales y
parlamentarias para el 30 de octubre.
En estas elecciones triunfaron en forma amplia Arturo Alessandri
Palma y los partidos que lo apoyaban: liberales, demócratas y radicales.
Terminaba la anarquía y el país volvía a encauzarse hacia la
recuperación de la institucionalidad.
Fuente: Icarito Diario La Tercera.
Clic aquí para ver video Caida del Presidente Montero y la vuelta de los militares al poder y el segundo gobierno de Arturo Alessandri.
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